Los Defensores del Imperio, Capítulo 3


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Los defensores del imperio




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I

La sombra de un joven avanzaba entre la lluvia, y tras él la de una bestia grande y feroz. El momento había llegado. Los policías alzaron sus ametralladoras.

– ¡Esperad! – ordenó Osiris, – hay un civil en la trayectoria.

Los dos policías montados parecieron entender a su sargento, y sin dudarlo cargaron contra la bestia. Las motos avanzaron sin miedo entre la tormenta. Pasaron por el lado del muchacho, y redoblaron su velocidad. Uno de los teutones lanzó su lanza con poco acierto, antes de desenfundar su ametralladora ligera. Giró a la izquierda, esquivando al monstruo y empezó a disparar. El otro, se fue directo hacia él. La lanza explosiva se clavó en uno de los brazos de la bestia, y su punta estalló. La criatura rugió de dolor. Su brazo permanecía ensangrentado, su carne hecha girones, pero aun así podía seguir moviéndolo. Con furia agarró a su agresor y lo desmontó de su motocicleta. Apretó con tanta fuerza que sus huesos estallaron en mil pedazos y sus tripas cayeron desparramadas por el suelo.
El otro montado redobló sus esfuerzos. El cañón de su ametrallador hacia humo de tanto disparar, pero las balas no parecían dañar a la bestia. La criatura alienígena hizo un gran salto, aterrizando sobre el policía. Aplastó la moto y de un tirón degolló a su jinete.

Lanzó al aire un grito de furia. No le dejaron disfrutar mucho de aquel triunfo. Las ametralladoras de la policía imperial empezaron a rugir desde el fondo de la finca. La bestia se giró y miró a los sombríos hombres, disparando sin cesar.

La criatura empezó a correr hacia sus insistentes acosadores. De un golpe lanzó por los aires a uno de los policías con lanza. Una púa se adentró en la carne de su pecho, y cuando el policía apretó el gatillo esta estalló. La explosión le abrió la carne y le provocó un gran dolor. Furiosa la criatura contratacó, atravesando el torso de su agresor, antes de emitir un terrible rugido vengativo.  

Osiris y sus camaradas fueron retrocediendo sin dejar de disparar. Las balas parecían inútiles ante aquella bestia, su gruesa piel resultaba ser una buena armadura ante su bajo calibre. El sargento cambió de estratagema, y apuntó directamente a la herida de la bestia.

Pareció surgir efecto, la criatura soltó un grito de dolor antes de saltar hacia ellos totalmente colérica.
– ¡Al pecho, apuntad al pecho! – ordenó Osiris.

La criatura desgarró con sus garras a uno de sus hombres, este sin duda ya no podría cumplir la última orden de su superior. Una ráfaga de balas se adentró en la herida de la bestia. Esta retrocedió dolorida. Se puso una de sus grandes manos frente a la herida y siguió atacando. De un golpe hizo volar a un policía por los aires, este impactó contra la pared del fondo y quedó totalmente aturdido.

El sargento y el ultimo camarada que le quedaban retrocedieron, hasta que no pudieron hacerlo más. Se separaron.

El sargento agarró una lanza que había en el suelo, a su lado se encontraba su propietario, totalmente inconsciente.

La bestia no se percató, estaba demasiado ocupada degollando al policía de la ametralladora. Rápidamente se giró hacia Osiris. Su boca llena de sangre era amenazante. Un rayo iluminó la escena, mostrando la criatura con esplendoroso terror.

Osiris sonrió. La bestia se dispuso a atacar, pero él le disparó a la herida del brazo. Como acto reflejo, la criatura apartó su mano del desgarro del pecho, presa de dolor. En ese momento el sargento dio dos saltos, y con fuerza introdujo su lanza de punta explosiva en la herida de la bestia y la hizo estallar.

La criatura murió en el acto, esta vez la explosión llegó a su corazón, y este estalló en mil pedazos. Su sangre alienígena se desparramó por todo el suelo. Osiris cayó al suelo, exhausto, pero, aunque quisiera no podía descansar, aun no.

– Ya puedes salir – Gritó Osiris.

Hathor salió de detrás de una pared, tembloroso.

– ¿Esta muerto? – fue lo primero que preguntó.

– Sí, lo está – contestó Osiris, – venga, ayúdame, ve a las motos y trae el combustible.

El muchacho agachó la cabeza y obedeció. Estaba en shok, totalmente aturdido y falto de voluntad, si el sargento le hubiera ordenado que hiciera el pino con un vestido de princesa lo hubiera hecho.

El sargento recorrió la escena, comprobando quienes de sus camaradas seguían con vida. Aquella refriega le había costado la vida de un puñado de sus hombres. Lamentó la pérdida, pero por lo menos ahora los habitantes de aquel pueblucho perdido podrían volver a dormir tranquilos, aunque seguramente nunca les darían las gracias, ni siquiera conocerían la hazaña que aquel día había realizado la policía imperial. Eternamente en la sombra, siempre olvidados.

Pero quizás aquel día sí que serían recordados por alguien.

Hathor permanecía en la entrada, con dos contenedores de combustible en su mano. Se acercó a Osiris.

El sargento agarró el combustible. Había dejado de llover, aunque el cielo seguía nublado. Esparció el líquido por sobre de la bestia, y luego por el resto de la habitación, y le prendió fuego. Sonrío, su trabajo había acabado.

– Si lo quema, nadie sabrá lo que ha ocurrido aquí – lamentó Hathor.

– No hace falta que lo sepa nadie, nuestro trabajo ha concluido, y eso es lo importante. No podemos dejar restos alienígenas en Dazeta.

Hathor asintió.


(Por cuestiones prácticas en el audio libro unimos los dos últimos capítulos de la obra original para crear el capítulo 3, aunque en la entradas están de acuerdo al vídeo blog, hemos decidido seguir la estructura capitular de la obra original)

4

Nueva sangre


I

Osiris entró en el gran despacho del señor de la fábrica de Babucela acompañado de los dos camaradas que habían sobrevivido al combate de la noche anterior. El lugar era amplio, lleno de un lujo austero. No había grandes cuadros ni elegantes tapices, pero el suelo y las columnas eran de mármol, y el techo estaba revestido de oro.

El sargento avanzó hacia el señor. Era un hombre grande y algo obeso, sin pelo sobre la cabeza y con unos labios extremadamente carnosos.

– ¿A qué debo vuestra presencia agente? – preguntó Grusel con tranquilidad.

– Dinos donde tienes el escondrijo, y dejaremos esta fábrica intacta –. Osiris no se andaba con rodeos.

El empresario se sobresaltó.

– ¿El que…?

– Ya lo sabes ¿dónde escondes a tus criaturas?

– Yo no escondo nada.

Osiris puso las manos sobre la mesa del empresario, desafiante. Uno de los policías la rodeó, y con rapidez agarró el brazo de Grusel, lo tumbó y lo esposó a una de las patas de la fornida mesa.
– No me mientas, dínoslo u ordenare que bombardeen este edificio hasta los cimientos, será la única manera de asegurarme de que queda totalmente libre de alienígenas.

– ¡No! – gritó el hombre, – está bien, lo diré. El cajón, abrid el cajón.

Osiris dio la vuelta a la mesa y abrió el cajón del centro.

– El botón del fondo, pulsadlo.

Osiris metió su mano hacia el fondo del cajón, Grusel no mentía. Lo pulsó. No muy lejos de él, una pequeña puerta oculta se abrió en el centro de una de las paredes del lateral. Llevaba a una escalera.
– Bajad y desinfectadlo todo – Ordenó Osiris a sus hombres.

Estos asintieron con la cabeza y obedecieron. El sargento agarró una botella de vino que había en el cajón y la miró detenidamente. El empresario seguía en el suelo, sudando.

– ¿Agente he cooperado, que me va a pasar?

Osiris apartó la vista de la botella, – traficar con bestias alienígenas, y tenerlas en Dazeta es un delito muy grave, supongo que es consciente de ello – el empresario no dijo nada, Osiris continuó, – ahora mismo tienes dos opciones, o ser ejecutado o ingresar hasta tu muerte en la policía imperial. Si eliges la segunda opción, quizás puedas vivir algunos años más.

– No, jamás – negó Grusel horrorizado, – no tengo nada que hacer con vosotros.

Su tono era desafiante, como el de alguien que estaba demasiado acostumbrado a tener siempre lo que quería. Osiris desenfundó su pistola, y su rostro despreocupado cambio de inmediato.

– No, espere – replicó el hombre desesperado – lo he…. – no acabó la frase.

El sargento disparó sin dudarlo. A un individuo distinto quizás le habría dado una segunda oportunidad, pero aquel hombre no merecía la pena. Un ser regordete, habituado a vivir acosta de los demás. Un chupóptero como aquel, un mimado pretencioso no se merecía servir en su amado cuerpo militar.
II

Un año después

Hathor avanzaba por el pasillo lentamente. Estaba seguro de su decisión. Las pruebas físicas le habían ido bien, realmente bien, y las teóricas también. Ahora solo le faltaba pasar una breve entrevista. El recinto era viejo, la pintura de las paredes permanecía en muchos sitios desconchada. Aun así, parecía una base sólida.

Entró en el despacho del instructor, un hombre viejo y ya fuera del servicio activo. El lugar era igual que el exterior, tenía un claro aspecto antiguo. Los muebles eran viejos, las carpetas de los estantes y las baldosas del suelo aun lo eran más.

Se sentó. El instructor le miró con detenimiento.

– Buenos días señor.

 Hathor le entregó los resultados de las pruebas físicas. El anciano las agarró y les hecho un vistazo.
– ¿Hathor, te llamas así? – dijo al fin.

– Sí – contestó el joven.

– Has sacado muy buenos resultados, con este perfil podrías entrar en una de las grandes órdenes militares.

– Sí, seguramente sí– confesó el joven.

– ¿Entonces porque quieres venir con nosotros?

– Porque le debo la vida a la policía imperial. Creo que seré más útil aquí, ya hay muchos Víboras y Guerreros del Acero surcando el espacio.

– ¿Estás seguro chico? Muchos como tú vienen aquí pensando que será una vida fácil, creen que somos una panda de vagos que no hacemos nada. Pero no es así, algunos dicen que las grandes órdenes militares son los defensores del imperio, y es así, pero no solo ellos defienden Dazeta del mal. Quien se encarga de los asuntos menores, de ladrones, contrabandistas, de asesinos y traficantes, de saqueadores y piratas. Los Víboras y los Señores del Acero expanden el imperio y mantienen nuestras fronteras seguras, pero nosotros, siempre desde las sombras, mantenemos al ciudadano a salvo de los peligros del día a día. No creas que por no estar en el frente vivirás seguro. Lo pasaras mal, tenemos poco presupuesto, ya lo ves, trabajamos con armas antiguas y uniformes viejos, pero aprovechamos lo que tenemos al máximo. Nosotros somos el ejército del propio gobernador, él es nuestro señor…

– ¡Que sí! – gritó Hathor arto de la charla del instructor, – señor – concluyó suavizando su tono de voz, – quiero ser policía imperial, nunca había estado tan seguro de algo.

– Bien – sentenció el instructor.

El anciano policía tiró la ficha de Hathor sobre la mesa, y de un golpe seco la sello. Oficialmente el joven Hathor ya era policía imperial.

FIN.

(Versión audio libro)



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