Los Defensores del Imperio, capítulo 2


2

La bestia





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I

Osiris desmontó de su moto. Ante él, sobre la acera de una calle algo empinada descansaba un cuerpo enclenque cubierto por un amasijo de telas andrajosas. Había empezado a llover, pero a aquel triste ser no parecía importarle. Temblaba sin parar, pero algo le decía al sargento que no era a causa del frio.

– ¿Dime compañero, porque pasas la noche a la intemperie? – preguntó Osiris.

El policía se agachó, agarró la manta del anciano y fue retirándola poco a poco.

Los pequeños ojos del hombre se clavaron en los suyos, estaban llenos de un miedo antiguo y atroz. Con tan solo aquella mirada el sargento supo, que, en efecto, aquel hombre había visto a la bestia.

– Algo habita mi casa, algo entre las sombras, algo grande, muy grande, enorme – balbuceaba, – con dientes largos, larguísimos y garras, garras afiladas. Nos matará, nos matará –. parecía que el hombre había entrado en trance, ya no podía parar de hablar. – sangre, esta sediento, se la tragó entera, solo dejó sangre, nada más. Lo vi agente, lo vi, la bestia no es de aquí, ni de este mundo. Es el fin.

– Tranquilo hombre – le frenó Osiris al fin, – ahora nosotros estamos aquí y la detendremos. Pero debes ayudarnos.

El anciano se levantó con la ayuda del sargento. Varias lágrimas caían por sus mejillas. Aquello llenó el corazón de Osiris de orgullo, pues sabía que aquellas lágrimas no eran más que fruto de la esperanza que habían hecho nacer sus palabras en el anciano.

– O sí, sí, yo ayudare agente.

– ¿Cómo era la bestia? – Los temblores regresaron al cuerpo del hombre. Su rostro palideció –   tranquilo, nosotros estamos aquí.

– Era enorme, y era blanca, blanca como… como la ceniza, sí. Tenía forma humana sabe, era como un gorila, un gorila grande y sin pelo. Y sus brazos, sus brazos eran fornidos, como los de un Roca Volcánica.

– Prosiga, algún otro detalle.

– Sí, sí, tenía seis ojos rojos, sin pupilas, todos rojos. Y garras, y dientes afilados. Una mala bestia agente, un monstruo.

– Un grauko señor, sin duda – comentó uno de los policías.

– Eso me temo. Desde que los Guerreros del Acero conquistaron esa maldita luna los coleccionistas están como locos con estas bestias, – declaró Osiris.

Se apartó levemente del anciano.

 Solo conozco a alguien que posea el dinero suficiente para comprar estas cosas en esta región. – comentó uno de los policías.

– El señor de la fábrica – declaró Osiris, – el castigo que impone Oldut a este tipo de calaña me parece demasiado poco severo.

– Pero si es la muerte – se alarmó uno de sus camaradas.

Aun así, insuficiente – sentenció Osiris –. Luego uno de los bichos se escapa y ya ves, asesinatos por doquier.


– “No, yo soy más viejo que tú” – dijo Josué imitando al anciano.

– “No, no hay nada más carcamal que un policía imperial” – dijo esta vez imitando al policía.
Sus dos compañeros empezaron a reír. Contuvieron la risa al ver como el rostro de uno de los teutones se giraba. Se escondieron tras unos cubos de basura.

– ¿Creéis que nos han visto? – preguntó Krasió.

– No, creo que no – respondió Hathor entre risas, – esos no verían un Kamoliano a tres metros de distancia.

III

Hacía un cuarto de hora que habían salido del pueblo. El anciano les había arrastrado por senderos de pastores, hasta llegar a una gran finca abandonada. Los matorrales y los árboles jóvenes habían empezado a conquistar el terreno.

– Aquí es donde dormía hasta que llegó la bestia.  – susurró el anciano señalando una construcción al fondo de la finca. 

– ¡Desmontad!– ordenó Osiris – y activad la visión nocturna.

Los policías bajaron de sus vehículos. Algunos dejaron sus lanzas de punta explosiva y agarraron sus ametralladoras.

– Vosotros dos no, seguidnos con las motos – replicó el sargento a dos de sus hombres.

El anciano, aterrado, se dirigió a Osiris rápidamente al ver que se disponían a seguir adelante.
– ¿Puedo irme? – preguntó el anciano aterrado.

– Por supuesto, nos has sido de gran ayuda, el imperio está en gratitud contigo.

El anciano asintió, y pronto se puso a caminar en dirección contraria. El pequeño escuadrón se adentró en la maleza. A los flancos, los policías montados avanzaban lentamente, escrutando los límites de la finca con la mirada. Con una mano cogían con fuerza el volante, con la otra la larga lanza con punta explosiva. Al frente avanzaba Osiris, con su sable en una mano y su pistola en la otra. A su lado caminaban dos policías con sus lanzas al frente. En la retaguardia, tres policías más avanzaban armados con sus viejas ametralladoras, apuntando al frente.

Llegaron a la derruida caseta. El techo había caído en varias zonas, aunque en otras aún seguía en pie. Ya no había puerta, tan solo un gran agujero en una pared semiderruida. Un rayo cayó a sus espaldas, la tormenta empezaba a intensificarse.

– Dad un rodeo – susurró Osiris a los teutones montados.

Sus camaradas obedecieron y rodearon la casa. Osiris levantó su mano y ordenó al resto que avanzaran. Subió por sobre una pequeña montaña de escombros y entró en la casa.

Todo estaba hecho un desastre. La maleza dominaba las paredes. En el centro, aguardaban montones de masas pulposas de pelos y huesos resquebrajados, eran los desechos regurgitados que la bestia no había sido capaz de digerir. El líquido digestivo que aun los impregnaba apestaba, aún más que los innumerables excrementos que había por las paredes. Sin duda habían encontrado la madriguera de la bestia. Pero faltaba algo.

– ¿Y el monstruo?

– Habrá salido a comer – sugirió Osiris, – le tenderemos una trampa, es la mejor opción.

De repente un estruendoso ruido resonó en el exterior de la casa. Los policías se pusieron en guardia.



Sombrías figuras salieron de la casa. El viejo Henkins dio un grito al aire antes de empezar a correr hacia uno de los límites de la finca.

Los tres jóvenes se escondieron tras el matorral e intentaron contener su risa. Josué, aún tenía una piedra en la mano.

– Te has pasado Josué, esta vez nos descubrirán – Se quejó Krasio.

– Calla que tú te has reído más que yo – le replicó Josué.

– Habéis visto al viejo, parecía una niña pequeña con esos berrinches – dijo Hathor entre risas, – “ay el monstruo, el monstruo” – siguió diciendo, imitando los chillidos del anciano.

Un rayo cayó no muy lejos de ellos, iluminando la escena.

– ay… ¡el monstruo joder! –  Gritó Hathor, pero esta vez su voz estaba cargada de un miedo atroz.
Una figura sombría, gigantesca, permanecía ante ellos. La bestia empezó a correr. Josué no tuvo tiempo de gritar. Las garras de la bestia lo agarraron con violencia, partiéndolo por la mitad.

La criatura era gigantesca, como un hombre hipermusculado de piel cenicienta. No tenía cuello, o si lo tenía este estaba oculto entre los grandes músculos de sus hombros. En su rostro había seis ojos y una boca enorme, con dos hileras de afilados dientes.

Krasio se quedó paralizado. Todos los esfínteres de su cuerpo se abrieron de par en par. Su orina y sus excrementos cubrieron sus piernas. Hathor fue más inteligente, echó a correr hacia la policía imperial, mientras el monstruo agarraba a su paralizado amigo y lo devoraba.

La lluvia empezó a caer con fuerza, la tormenta se había desatado completamente. La criatura acabó de tragarse a su compañero, alzó la cabeza y empezó a correr hacia él.

La vida de Hathor pendía de un hilo. A pesar de que corría con toda su alma, lo tenía claro, estaba muerto.


(Versión audio libro)




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